Como ya contamos en una antigua entrada del blog, los animales están diseñados y presentan adaptaciones para combatir el frío. Sin embargo, hay casos en los que sus cuerpos no están adaptados para aclimatarse al frío, pero sí lo están para huir de él.
Uno de los mecanismos de huida es la migración. Gracias a estos desplazamientos de miles de kilómetros los animales viajan a lugares con condiciones climáticas más benévolas donde tendrán más posibilidades de sobrevivir (a pesar del gran esfuerzo físico que estos conllevan).

Otra manera de huir del frío pero sin salir de la zona vital del individuo es esconderse de él. La forma más conocida es la hibernación, un proceso voluntario mediante el cual un animal homeotermo reduce temperatura corporal, ritmo metabólico, tasa respiratoria y metabolismo hasta mínimos vitales.
Otros mecanismos similares a la hibernación son el letargo invernal (también en animales homeotermos) y la brumación (en animales poiquilotermos) de los que ya hablaremos en el futuro.

La llegada de las bajas temperaturas en algún caso trae consigo otro tipo de cambio en los animales. Uno de los más conocidos es el engorde. Se trata de comer todo lo posible aprovechando alimentos de temporada y con gran contenido en grasas (por ejemplo frutos secos en los bosques como hacen los osos, o bancos de peces en los océanos como hacen algunos cetáceos) y así crear una buena capa de grasa alrededor del cuerpo con una doble función. Por un lado, esa capa de grasa sirve de protección frente al frío y, por el otro, sirve de reserva energética para los meses más desfavorables.
Junto al incremento de esta capa de grasa, se puede producir también un cambio en el pelaje o plumaje de los animales haciéndose estos mucho más densos y abundantes que en épocas cálidas. Este cambio de pelaje provoca la pérdida y caída del pelo o plumas de verano y, en algún caso, va asociado también a un cambio de color pasando de tonos marrones a tonos blancos para camuflarse mejor en un entorno nevado. Esto le ocurre a especies como el zorro ártico, el armiño o el lagópodo alpino entre otros.

Pero sin lugar a dudas, uno de los casos más extremos que podemos encontrar para la lucha contra el frío sería, podríamos decir, dejarse vencer por él.
Es el caso de la rana de la madera de Alaska que se congela al llegar el otoño y pasa el invierno congelada deteniendo su respiración y su circulación sanguínea, para evitar la muerte de sus células debido a la congelación. Las ranas sintetizan grandes cantidades de glucosa (un tipo de azúcar) reduciendo el daño celular.
Fuentes:
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