La resiliencia, según la RAE, se define como «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos», es decir, la habilidad de amoldarse al cambio. ¿Y qué es el cambio climático sino uno de los mayores agentes perturbadores para los seres vivos?
Las mariposas son un excelente ejemplo de resiliencia frente al cambio climático. Su gran sensibilidad a las variaciones ambientales y su rápida capacidad de respuesta les permiten adaptarse y sobrevivir en un mundo marcado por transformaciones constantes.
La primera estrategia de resiliencia que han utilizado las mariposas es adelantar o retrasar su periodo de vuelo: artículos recientes han demostrado que las especies más exigentes son las que más han visto mermadas sus poblaciones. Sin embargo, las mariposas que adelantan o retrasan su aparición en función de la temperatura se sincronizan mejor con las plantas de las que dependen y, por tanto, sus poblaciones se ven menos afectadas.
Segunda estrategia: cambio en la coloración de las alas. Al igual que nosotros nos vestimos de diferentes colores en una época del año y en otra época, las mariposas siguen esa misma estrategia. En lugares donde las temperaturas son más altas, estos insectos están optando por coloraciones más claras para reflejar la luz del sol, evitando así el sobrecalentamiento. Por el contrario, en lugares donde las temperaturas son menores, destacan colores más oscuros para absorber más calor. Esta forma de termorregulación evolutiva les permite aumentar sus posibilidades de supervivencia.

Las alas de las mariposas no solo se ven afectadas por el cambio de coloración para afrontar esta época de cambios; también pueden cambiar la forma y el tamaño de sus alas. Para reducir la absorción de calor y tener maniobras más rápidas, en regiones más cálidas las mariposas «han decidido» reducir el tamaño de sus alas; pero esto tiene un riesgo, y es que también puede verse limitada su capacidad de dispersión, lo que fortalece la dependencia en hábitats muy localizados y vulnerables a la pérdida de recursos. Este patrón no es una verdad universal, ya que investigaciones más detalladas en especies de montaña revelan respuestas diferentes, como en el caso de Colias meadii, que mostró un aumento en el tamaño de sus alas y en la pigmentación a pesar del calentamiento, lo que indica que estas adaptaciones morfológicas también dependen de la ecología de cada especie.
Recientes estudios afirman que las mariposas se están moviendo a latitudes más altas donde anteriormente no podían estar por ser demasiado frías, pero, debido al cambio climático esas temperaturas son menos extremas y la presencia de mariposas en países del norte de Europa se ha visto incrementada. Es cierto que las especies de mariposas que han llevado a cabo esta estrategia son especies más generalistas, es decir, son menos «pitiminí» a la hora de elegir dónde vivir.
Aún queda mucho por entender en este tema, sobre todo una mejor comprensión de cómo interactúan el cambio climático con las transformaciones del territorio; además, los cambios en las poblaciones de mariposas pueden tener efectos en cascada en los ecosistemas, influyendo en la polinización, las cadenas tróficas y servicios esenciales como la producción de alimentos, la salud de los bosques y el bienestar humano.
Aunque todas estas estrategias son útiles para la resiliencia de las mariposas, cabe destacar que las respuestas no son uniformes. No todas las especies se adaptan, es decir, algunas no logran ajustar su fenología, otras no disponen de hábitats adecuados o refugios térmicos. Además, no siempre está claro si estas adaptaciones son evolutivas (heredables) o simplemente son una respuesta individual al ambiente.
En definitiva, las mariposas, a pesar de su aparente fragilidad, están demostrando una notable capacidad para adaptarse a las nuevas condiciones ambientales mediante cambios morfológicos, fisiológicos y de comportamiento. Sin embargo, estas adaptaciones no garantizan su supervivencia futura. La conservación de sus hábitats y la mitigación del cambio climático siguen siendo aspectos clave para asegurar la permanencia de los lepidópteros.
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